Hola, volví. Dejé abandonado el blog por un tiempo, lo sé. Pero si a alguien le pinta, lo invito a leer esto.
PD: debo aclarar que es un pedazo de historia random que se me ocurrió en algún momento y quería ver qué salía. Por ahí lo sigo, por ahí no.
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“No me despiertes”, susurró. Quiso creer que no se iría, que la impresión del sueño seguiría allí, entre sus manos. Creyó que sentiría el calor de su mano entre las suyas, el peso de su cuerpo sentado al lado suyo en la incómoda salita, en ese incómodo sillón. Pero todo intento fue en vano. La lucidez hizo mella en él y sus ojos se abrieron involuntariamente, como si llamaran a esa odiosa compañera, la realidad, para que lo sacara de su mundo de fantasía, ese mundo donde se escondía cada vez que podía.
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Se fundió con la almohada como si nunca más fuera a despegarse de aquél revoltijo de sábanas que se empeñaba en llamar cama. Había estado despierta toda la noche. Quería estar allá, no podía dejarlo solo a él con sus pesadillas. O con sus sueños, nunca lo sabría; no hablaban mucho, y mucho menos de sus sueños, esos engaños que la mente de aquél le jugaba y no lo dejaba en paz. Pero por lo menos hoy supo que no había habido malos sueños, o eso creyó.
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Apoyó la cabeza en el banco y flotó a la deriva. Se dejó llevar al mar de la inconciencia, donde todo es fácil, donde nadie lo encontraría nunca, donde podía ser un pirata, un caballero, un imaginativo villano, todo. La desesperación de saberse en peligro de ser descubierto pero no poder hacer nada por evitarlo desapareció en cuando las espesas líneas de pestañas se unieron en una y permitieron el tan deseado descanso de la realidad, esa arpía que interrumpe en los mejores momentos, llevándose sueños que probablemente no volverán a formar parte de las noches de nuestro pequeño personaje. Porque es pequeño. No tiene la fuerza para enfrentarse a nada ni a nadie. O eso él cree.
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Se conocían de chicos. Nunca tuvieron mucho para decir. Se entendían si hablar. Podían estar horas sentados uno al lado del otro en el techo de la escuela sin decir absolutamente nada. No era necesario. Ella vivía al revés, siempre yendo para el otro lado. El siempre allá arriba, en el cielo; le encantaba tumbarse en la terraza de la casa de ella y mirar el cielo. Las estrellas se reflejaban en sus ojos. Y para ella siempre iba a ser él, que miraba las estrellas como si en otro tiempo hubiera estado allá arriba también. Pero ella sentía que era más bien como la luna, siempre ahí, pero siempre distante.